Hay un fenómeno que llevo percibiendo en mi trayectoria y en la de la gente que me rodea, que me resulta bastante interesante: parece que lo que antes pudiera ser visto como propio de mi edad, cada vez lo es menos o se deja para más tarde.
Puede que tenga algo que ver (al menos en parte) que las diferentes profesiones requieren cada vez una mayor especialización. Y a consecuencia, es precisa una trayectoria de más años para el desempeño laboral. Sin esta formación, corremos el riesgo de quedar al margen, habiendo perdido mucho tiempo y esfuerzo. Esta gran dedicación se traduce en la postergación de muchas decisiones relevantes para los jóvenes, que conlleven una mayor toma de responsabilidades a nivel personal.
Quizás por eso se vuelve más tardía la toma de decisiones vitales fuera de lo profesional. ¿Cómo vas a decidir dónde vivir, con quién vivir, cómo vivir… si todavía estás estudiando y dependes de tus padres?
Nuestro sistema y nuestros modos de vida nos lleva a la forzada procrastinación: siempre trabajando por construir un futuro laboral seguro y cómodo. Pero… a nivel vital, ¿no supone esto dejar de lado la toma de otras decisiones adultas? ¿No nos infantiliza este sistema? ¿Hay más decisiones a abordar más allá de las laborales?
La única respuesta que se me ocurre es que hay que trabajar por un continuo discernimiento. No hay respuestas fáciles o simples.