Recientemente he leído una noticia que habla de cómo a la luz de algunos descubrimientos arqueológicos, se evidencia que el cuidado de los discapacitados tiene más de 200.000 años. Según los arqueólogos, cuando hacía falta, el grupo hacía ajustes para compensar las necesidades y diferencias entre sus integrantes. Y no solo eso: en muchos enterramientos se otorgaba la misma dignidad a los individuos con anomalías o discapacidades que a cualquier miembro.
Si bien es cierto que ante los yacimientos arqueológicos solo caben interpretaciones, no resulta una idea extravagante pensar que la sensibilidad por el que necesita más ayuda no es cosa de nuestra edad contemporánea.
Poco tiene que ver la vida, necesidades y desafíos de entonces con los de ahora. Para el hombre y la mujer urbanita de hoy, con todas las necesidades cubiertas, es difícil situarse en una época donde el más mínimo hándicap ponía en riesgo la supervivencia del grupo en la naturaleza. Cabría pensar que en una sociedad que tiene que vivir al día como aquella, habría que prescindir de los que necesitaban más atención. Pero quizá sea ese un planteamiento para jerarquizar al ser humano realizado desde la perspectiva contemporánea. Útil-inútil o productivo-improductivo. En cada época nos manejamos con unos estándares culturales, por lo cual es difícil juzgar otras épocas sin salir de nuestros esquemas culturales inconscientes.
La perspectiva cristiana, aporta una interesante novedad que atraviesa culturas: la dignidad y los derechos como personas no los otorga el hombre ni la mujer. Nos vienen dados a todas las personas como hijos e hijas de Dios, y nadie debe arrebatárnosla. Jesús pasó su vida en la tierra devolviendo dignidades “arrebatadas”.
Para acabar, apunte positivo: hoy se extienden y normalizan los esfuerzos por visibilizar y posibilitar el pleno desarrollo de las personas con dificultades. Pero estos esfuerzos no son nuevos ni más intensos que en épocas pasadas.
Edgar Azpilikueta