JESÚS Y SU FAMILIA NATURAL – Fernando Negro

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Fernando Negro

El fallecido P. Ángel Ruiz Sch.P. (1924-2013), que fue padre general de la Orden escolapia desde 1973 a 1985 decía en 1985: “La fe y también la religiosidad es transmitida sobre todo por la familia. Si los agentes educativos, y la familia es el primer agente responsable, no son cristianos, la escuela, para mí, seguirá manteniendo un interrogante cuando se adjetiva ‘católica’. Hay que identificarse, y decir quién es quién. En el carácter propio del centro tiene mucho que ver la familia. El futuro de la escuela cristiana pasa por el corazón de la familia.”[1]

No exageramos si decimos que la familia es prioritaria a la escuela. De hecho la gran parte de la vida del niño/a y el/la adolescente se remite a la presencia y el efecto permanente de la familia, para bien o para mal. Es en la familia y desde la familia donde se amasan los valores o contravalores que quedarán para siempre inscrito en el corazón de los hijos/as.

Hoy más que nunca se necesita un acompañamiento especial de los padres, tratando de formarlos para que sean capaces de hacer el trabajo más sublime de su vocación de padres: hacer, con la ayuda de la gracia, que la obra artesanal de sus hijos/as llegue progresivamente a su plenitud.

En Nazaret, un pueblecito olvidado en la Galilea de los gentiles, la familia formada por José, María y Jesús, vivían en medio de la rutina aparente la grandeza de una historia divina que conectaba constantemente con lo cotidianamente humano. Y Jesús crecía en edad, gracia y sabiduría…

Los valores son fuerzas maestras, que captamos por intuición, y que afectan a nuestras actitudes esenciales y acciones en la arena de la vida. Aplicamos los valores para responder a las necesidades emocionales básicas como ser amado, vivir en pertenencia, tener sentido de asertividad y autovaloración, ser autónomo.

Cuando lo que aplicamos es algo a lo que podemos llamar atajos emocionales, compensaciones o antivalores, el resultado del crecimiento será el de una personalidad disfuncional que responde a la realidad desde inconsistencias profundas.

Algunos de los valores que estamos llamados a vivir para que crezcamos y ayudemos a crecer de manera armoniosa y conectada, no fragmentada, son: señorío de sí mismo, armonía interior, autorrealización laboral, actitud positiva de sí mismo, esperanza como sentido de la vida, prudencia y estabilidad, sentido de realismo y objetividad, coherencia entre el pensar y el actuar, libertad responsable, modestia, sinceridad, gratuidad, apertura a la felicidad, etc.

Jesús  fue educado en el contexto de una familia que le llevó a crecer en una identidad de sí mismo que era cada vez más grande. No es que la familia se lo diera independientemente del plan divino, sino que le ayudaba a descubrirlo. Se trataba del descubrimiento de su misión de Mesías, Hijo de Dios, Salvador que redime desde el poder de la misericordia y la compasión de Dios Padre que actuaba en Él como Hijo.

La educación que recibió Jesús no se limitó solamente a la transmisión de conceptos a través de los cuales se iba conectando con la tradición cultural y religiosa del pueblo de Israel, sino que sobre todo iba desarrollando en Él la apertura al misterio del amor ilimitado por el que se iba clarificando su misión; una misión que estaba inscrita en su ser de Hijo amado del Padre, pero que necesitó de un proceso completamente humano hasta hacerse claridad meridiana en su consciencia.

Si la misión esencial de Jesús fue la de dar a conocer la imagen del Dios Bueno y Misericordioso, necesitaba de un sustrato lleno de amabilidad y de dulzura, de misericordia y de sabiduría, que sólo unos padres como María y José pudieron haberlos proveído. Aunque Jesús fue creciendo en libertad, nunca dejó de amar a los suyos. Sin embargo, desde ese amor, aprendió la universalidad de un corazón sin fronteras que comprendía que todos somos hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo Dios.

Y ahí es donde encontramos una fuente de inspiración para nuestros días, cuando la familia, la célula esencial del progreso humano, está siendo atacada y muchas veces abatida, creando en las nuevas generaciones heridas de inseguridad emocional, adicciones, conductas disfuncionales, fragmentaciones profundas y lagunas emocionales que, de no hacer algo, pueden ser preámbulo de un mundo con fisuras irreparables.

Jesús habló de valores del reino que sólo se aprenden cuando alguien los ha transmitido con convencimiento. Habló de paz, de libertad, de misericordia, de perdón, de justicia, de belleza, de verdad, de gratuidad, de alabanza, de fidelidad, de simplicidad, de transparencia y de esperanza. Todo ello es parte fundamental del Reino al que llamaba a todos a entrar desde la conversión. Podemos asegurar que la asertividad con que los trasmitía provenía de la asertividad misma que veía en sus padres en Nazaret.

[1] Ángel Ruiz Isla, “Los Jóvenes, opción Preferencial”, Gráficas Ortega, Salamanca, 1985, p. 116