Domingo 13c, No a la violencia – IÑAKI OTANO

No a la violencia

IÑAKI OTAÑO

A Jesús y a los suyos no les reciben en Samaria porque se dirigían a Jerusalén, y samaritanos y judíos no se podían ni ver. Ante esta falta de hospitalidad, Santiago y Juan piensan en un castigo ejemplar que acabe con todos los de aquella aldea. Jesús no está de acuerdo y les regaña.

            Hace muchos años se proyectó una película búlgara titulada “Cuerno de cabra”. Una mujer, casada y con una niña, ha sido violada y muerta por tres desalmados. Desde entonces, el padre vive solo para vengar la ofensa. Conforme crece la niña, su padre se dedica a prepararla para que le ayude en esa venganza. La entrena en el manejo de las armas. Pelea con ella para entrenarla. Se prohíbe a sí mismo toda relación de ternura con su hija porque necesita curtirla y endurecerla. Y le prohíbe a ella toda expansión de su feminidad y de su caudal afectivo, que pudieran ahogarle las ganas de matar. Pero un buen día, cuando la venganza está a medio camino, el padre descubre  que, a pesar de todos sus esfuerzos, en la muchacha se ha despertado la experiencia del amor. Despechado, prende fuego a la cabaña donde yace el amante de su hija, pero esta, desesperada, se arroja a la cabaña para morir con su primer amor. El padre, enloquecido y arriesgando su vida, rescata de la hoguera a la niña, ya cadáver, y sube con ella en brazos hasta la cumbre de una loma donde, por fin, entre sollozos mudos, llora su propia soledad, la pérdida de su hija y la frustrada vida de los dos.

            La experiencia enseña que muchos que han empleado la violencia por una causa justa, han terminado ejerciéndola contra todo el que discrepaba de su punto de vista. Y si se emplean medios injustos, cambiarán las personas, pero no las causas humanas y estructurales de la justicia. Habrá otro “amo”, pero seguirá habiendo esclavos.

            Lo que decimos de la violencia es aplicable también a nuestra convivencia diaria. La persona resentida y dominada por el sentimiento de venganza termina por sucumbir a ese “virus” que le impide mantener con los demás unos sentimientos constructivos. Los prejuicios, las fobias, las antipatías, esterilizan y amargan a la persona que los cultiva, la hacen profundamente desdichada y arruinan la convivencia.

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: “Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?”. Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.

Mientras iba de camino, le dijo uno: “Te seguiré adonde vayas”. Jesús le respondió: “Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.

A otro le dijo: “Sígueme”. Él respondió: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre”. Le contestó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”. (Lc 9,51-62).

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