MARÍA, EDUCADORA DE JESÚS – Fernando Negro

Fernando Negro

El futuro de la Iglesia y de la sociedad pasa irremisiblemente por la familia. Ésta era una de las afirmaciones contundentes del papa Juan Pablo II. Estamos totalmente de acuerdo en semejante intuición testificada por la experiencia misma de la vida. El influjo de los padres, sobre todo a nivel de valores integrados en la propia vida, suele hacer más impacto en la persona del niño/a, incluso en la del adulto, que los buenos consejos y los mejores deseos.

¿Cómo debió haber sido la relación de María con Jesús y viceversa? Para entenderla un poco deberemos adentrarnos en rol del genio femenino en la vida de un niño/a mientras camina hacia la madurez. Y hemos de hacerlo en el contexto histórico en el que vivió Jesús con sus padres: una madre representa el abrazo permanente de una familia, el lazo de unidad invisible, pero efectivo; una madre es el primer y más cualificado guía y modelo para la vida de los niños/as; ella es la primera en ocuparse de que todas las necesidades básicas del bebe sean atendidas; una madre lo sufre todo, lo tolera todo pacientemente, mientras transmite al niño/a el sentido de paz, tranquilidad, seguridad y amor que le lleva a asentir en lo más profundo del ser: “yo soy amado/a.”

Hemos colocado adrede el valor ideal de una madre porque creemos que María tenía todos esos dones y muchos más, por la gracia que se le dio desde el momento de su concepción inmaculada. Debió desarrollar en sí misma una sensibilidad muy especial no solamente a niveles de madurez psicológica y fisiológica, sino, sobre todo, espiritual.

La que finalmente dijo al ángel: “soy la humilde sierva de Dios”, vivió espontáneamente, casi sin darse cuenta, los más bellos valores que una madre puede tener aquí en la tierra. Jesús iba aprendiendo de ella por ósmosis, por el testimonio que irradiaba pues era a la vez virgen, madre y esposa.

La madre representa en la familia la ternura y el amor con la autoridad, mientras que el padre representa la autoridad unida al amor y a la ternura. Cuando estos roles se invierten o fallan, se da  el efecto de la disfuncionalidad, creando hijos con desbalances considerables a diversos niveles existenciales. Sin duda ninguna podemos afirmar, por el transcurso de la vida de Jesús, que María y José fueron excelentes esposos y excelentes padres para Jesús de Nazaret.

La primera figura referencial de un niño/a es sin duda la madre. Se crea entre ambos un lazo que difiere del lazo establecido entre niño/a y padre. El/la niño/a necesita ser besado, acariciado, tocado, y abrazado tiernamente por una figura femenina, la madre. Por supuesto, también por el padre.  

La ausencia de expresiones de cariño crea  carencias que afectarán negativamente el desarrollo humano. Todo ello se sostiene en la llamada teoría del “apego-desapego”. Según ésta la persona aprende el arte de la autonomía, a lo largo de toda su vida, comenzando por un gran apego con la madre. Este apego positivo y necesario nutre al niño/a de seguridad emocional, de confianza y de autoestima.

Ahí el niño/a va aprendiendo el arte de la autonomía y del desapego, hasta que finalmente será capaz de desarrollar por sí mismo un proyecto de vida desligado de los padres, aunque no contra los padres, pues el amor familiar es parte del cuarto mandamiento que tan bien debió de vivir Jesús a lo largo de su vida.  

María, madre de Jesús de Nazaret, vivía su juventud recién estrenada y poseía una madurez bien asentada por la acción del Espíritu. Mientras ella crecía (no llegaba a tener los 20 años de edad), ahí estaba junto a su hijo, acompañándolo e instruyéndolo de acurdo a los cánones judíos de la época.

El Misterio había irrumpido en su vida desde su concepción, pero más aún con el anuncio del ángel. Y ahora transmite ese mismo misterio del asombro divino como madre y educadora de Jesús.

San José de Calasanz instaba a que la persona que educa al estilo escolapio invocase frecuentemente a María como modelo e intercesora: “Hagan todas las tardes alguna devoción a la Santísima Virgen, con una ‘Salve’ y un ‘sub tuum preasidium’ para que con su intercesión nos libre de todas las adversidades.”[1]

En 1917 fue hallada la versión escrita más antigua de esta oración. Pertenece al siglo III, escrito en un papiro egipcio. Es la primera oración dirigida a María de la historia, una oración no litúrgica pero sí comunitaria. Todo esto antes de que los cuatro primeros concilios ecuménicos, reconocidos por todas las confesiones cristianas, se hubieran celebrado. Los concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381) se centran en la Trinidad; los de Éfeso (431) y Calcedonia (451) en Jesucristo. Estos últimos hablan también de María en términos de virginidad y maternidad.

Dos siglos antes, los cristianos coptos de Egipto perseguidos por causa de su fe, invocaban a María Madre de Dios para que les protegiera; ella que era la ‘sola pura’ (Virgen). Nuestro Fundador hizo pasar esta oración a sus hijos los escolapios para que la recemos sobre todo en momentos de dificultad. El texto original dice:

“Bajo tu misericordia nos refugiamos Madre de Dios.

Nuestras súplicas no desprecies en la necesidad,

sino del peligro líbranos, sola pura, sola bendita.”[2]

Tradicionalmente los escolapios usamos esta versión castellana:

“A tu amparo y protección, Madre de Dios acudimos.

No desprecies nuestros ruegos, y de todos los peligros

 Virgen gloriosa y bendita, defiende siempre a tus hijos”

Algo muy hermoso y profundo: Dios se ha empequeñecido hasta el punto de aceptar la condición de ser parido, dado a luz como ser humano. Por eso Ella es Madre de Dios; ese bebé que lleva dentro es humano y divino a la vez. María entró en una nueva dimensión existencial que le hizo vivir ‘sólo para Él’. María, en palabras de Benedicto XVI, es ‘La expresión de la cercanía de Dios’.

Que nos apoyemos en María siempre y que la invoquemos y le ofrezcamos no solamente el regalo de nuestras palabras sino el deseo profundo de imitarla, ella que dio a luz a Jesucristo a quien nosotros seguimos con pasión y a quien queremos  ver nacido en el corazón de nuestros alumnos y de quienes queremos.

Mientras escribo, leo noticias horrendas de un grupo islamista, Boko Haram[3], que en tan sólo cuatro años ha matado a 2300 personas. El último de sus horrores ha sido quemar una escuela de muchachas en Nigeria, y llevarse a 300 de ellas con la amenaza de venderlas como esclavas. Las madres de esas muchachas lloran su desaparición. Los sueños de unas hijas bien educadas se ven truncados –una vez más- por la desesperación que produce el terrorismo. La humanidad está rota. La tarea educativa, desde las raíces, ayudará a que las heridas queden un día totalmente sanadas.

[1] DC 101; 05/04/1642

[2] Texto latino: “Sub tuum praesidium/ confugimus/ Sancta Dei Genitrix/ Nostras deprecaciones/ne despicias/ in necessitatibus (nostris). / Sed a periculis cunctis/ liberanos (semper)/ (semper) Virgo gloriosa et Benedicta.” 

[3] Boko Haram es un grupo nacido a la sombra de Al Qaeda tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Su objetivo es luchar contra la educación occidental para imponer lo que ellos llaman “las ciencias koránicas”. Pero los resultados son evidentes: en lugar de vida, siembran el temor y la muerte.