EL DOLOR DE LA MUJER EN PARTO – Fernando Negro

Fernando Negro

Unamuno decía que toda obra de literatura no escrita era como un parto bloqueado, como un aborto. Pues bien, educar es dar a luz a una persona nueva, una persona que sale de la interioridad del ser y está llamada a crecer de acuerdo al patrón de desarrollo escrito en el DNA no solamente material de las células, sino en el espiritual.

Aquello de “tienes que nacer de nuevo”, que Jesús dirigió a Nicodemo, lo aplica cada formador/a a sus discípulos/as,como se lo aplica a sí mismo, pues la persona que es autentica cuando educa se sabe siempre en camino, sin haber llegado a la meta.

El primer acto de un niño/a al llegar a este mundo es llorar por la pérdida que supone dejar el útero materno y encontrarse en un lugar nuevo donde por primera vez comienza a sentir sensaciones nuevas a las que debe acostumbrarse si quiere sobrevivir. El parto es siempre don de la vida, don de Dios. Pero se recibe con dolor, un dolor que poco a poco se convierte en gozo.

Seguramente María y José contaron a Jesús la historia de su nacimiento y todos los detalles de su infancia. Es lo más normal imaginar que así fue. Jesús, el gran observador, habría presenciado más de una vez el parto de una mujer trayendo nueva vida al mundo.

Como cualquier otra mujer, María concibió a su hijo Jesús y lo llevó en su vientre, siguiendo las leyes de la naturaleza, durante nueve meses. ¿Cómo debieron haber sido aquellos meses para María? ¿Qué sentimientos tan encontrados debieron haberle visitado? Hoy día sabemos con toda certeza que no es un mito el hecho de las emociones de la madre pueden ser transmitidas al bebé durante el embarazo.  El paso de un cierto estrés en Maria, mientras José no acababa de entender lo que había pasado, hasta la seguridad y el consuelo proporcionado por una experiencia mística (significada por la aparición de un ángel en sus sueños),  debió haber ‘tocado’ y afectado a Jesús desde el momento preciso de su concepción hasta el día mismo de su nacimiento.

Un día, hablando Jesús a sus discípulos acerca de su partida inminente antes de la pasión, viendo la tristeza reflejada en sus rostros, trajo a colación la imagen de la mujer con dolores de parto: “Verdaderamente os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se volverá en gozo. La mujer, cuando pare, siente tristeza porque llega su hora; pero cuando ha dado a luz a un hijo, ya no se acuerda de la tribulación, por el gozo que tiene de haber venido al mundo un hombre. Vosotros, pues, ahora tenéis tristeza; pero de nuevo os veré, y se alegrará vuestro corazón, y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría.”[1]

Jesús se ve a sí mismo como la comadrona que ayuda a que nazca el hombre nuevo en sus discípulos (“tienes que nacer de nuevo»). Siente la tristeza del nuevo nacimiento, aunque prevé que la persona nueva está a punto de nacer. A la vez, Jesús ve en cada discípulo el dolor que va a implicar el ser fiel al nacimiento del Reino. Cada uno es como una mujer que está llamada a dar a luz el yo real, imagen de Dios en su seno, discípulo del Maestro por la fe.

San Pablo entendió en un momento dado que su obra de evangelización, podemos llamarla educación también, era dar a luz a Cristo en aquellos que creían: “Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros.”[2] ¿Qué quería decir San Pablo con semejante expresión?

Para entenderlo hemos de saber que Pablo estaba confundido con los Gálatas ya que, habiendo aceptado a Cristo como Señor por la fe, al cabo de un tiempo hubo un grupo de judaizantes que estaba empeñado en volver a la ley y las tradiciones mosáicas. Pablo argumenta que estar sometido a la ley es ser esclavos, mientras que estar sometido al señorío de Cristo es ser libres. A ese nacer en y desde la libertad de la fe en Jesús, es a lo que Pablo se refiere cuando dice que siente dolores como de parto. Él es la mujer que está pariendo, por así decirlo, a Cristo y su evangelio en el mundo.

“Le recomiendo a usted y a todos los de casa que atiendan con todo empeño al ejercicio de las escuelas, y principalmente a la piedad y santo temor de Dios en los alumnos. Que es nuestro Instituto, en el cual hay mayor mérito que en atender a las personas mayores. Éstas tiene muchas religiones que las ayudan y los alumnos solamente tienen la nuestra.”[3]

En esta carta se ve a Calasanz ocupado en el asunto de ayudar a descubrir al alumno que dentro de él se encuentra la imagen de Dios que hay que rescatar para que, gradualmente, de pedernal amorfo, se vaya formando la persona que Dios mismo soñó que fuera desde el principio de la creación del mundo.

A esto se refería de algún modo San José de Calasanz cuando escribe en sus constituciones: “Y ya que profesamos ser auténticos pobres de la Madre de Dios, en ninguna circunstancia menospreciaremos a los niños pobres sino que con tenaz paciencia y caridad nos empeñaremos en enriquecerlos de todas las cualidades, estimulados especialmente por las palabras del Señor: ‘lo que hicisteis con un hermano mío de esos más pequeños, conmigo lo hicisteis.”[4]

La paciencia y la caridad, dos virtudes típicamente escolapias, son las que hacen posible el nuevo nacimiento que consiste en dotar al alumno de toda cualidad que lo embellezca, lo llene de verdad  (el escolapio es ‘cooperador con la verdad’), y le conecte con el océano de bondad con el que fuimos creados y al que hay que poner en movimiento. Para ello Calasanz usó la educación como principal herramienta.

Nacer da una perspectiva nueva de entenderse como hijo de Dios amado de modo incondicional, implica una manera de actuar totalmente nueva, que además contribuye a la creación de un mundo nuevo. Así lo recogen las Constituciones actuales de los escolapios: “Esta misión educadora tiende a la formación integral de la persona de modo que nuestros alumnos amen y busquen siempre la verdad y trabajen esforzadamente como auténticos colaboradores del Reino de Dios en la construcción de un mundo más humano, y mantengan un estilo de vida que sea coherente con la fe. Así, progresando a diario en libertad, logren un transcurso feliz de toda su vida y alcancen la salvación eterna.”[5]

Para acabar este tema sobre la educación como proceso de dar a luz el yo real y la imagen divina dentro del alumno/a, me remito a dos textos de las constituciones actuales de los escolapios: “Entregamos nuestra vida para evangelizar a los niños y a los pobres de modo que, mientras la muerte actúa en nosotros, la vida crece en los demás.”[6] “Con la presencia de la Virgen María y con su intercesión podremos mostrar en nosotros la imagen del Hijo, y nuestros alumnos aprenderán a modelar en sí mismos a quien Ella engendró y educó.”[7]

En la Corona de las Doce Estrellas de Calasanz, leemos: “Alabado sea el Hijo de Dios porque se hizo hombre en el seno de María Virgen. Alabado sea porque nació de Maria en Belén y fue alimentado por ella en su niñez. Alabado sea también porque quiso ser educado por ella en su infancia.”

[1] Jn 16, 20-22

[2] Gal 4, 19

[3] DC 1235; 05/11/1636

[4] CC 4

[5] C92

[6] C, 18

[7] C 23