Lo primero que me sale es que la experiencia de educar es algo precioso. Y no puedo dejar de pensar en cierto grupo de jóvenes de unos 19 años a los que he visto crecer. No puedo dejar de emocionarme…
Para mi educar supone mucho, excede con creces la transmisión de información y conocimientos, es más que enseñar valores. Es… desnudar tu alma, quitarte las corazas y dejar que otros te vean tal y como eres, porque no se educa si no es desde lo que uno es. Educar sin implicarse es sencillamente absurdo.
El arte de la educación requiere de una fuerte entrega y amor por el otro. Porque te quiero, y quiero lo mejor para ti, soy capaz de mostrarme como soy, podré llegar a ser un referente. Otra condición importante es la humildad, es necesario saber reconocer mis limitaciones, qué cosas no sé, cuáles son mis debilidades y mis incoherencias. Porque no puedo pretender ser perfecto, como humano que soy me equivoco, y aunque mostrarme así pueda parecer un error, me humaniza, me vuelve cercano, comprensible y no hace sino dar testimonio de cómo superar mis propias barreras.
Resumiendo y parafraseando: Para educar hay que amar.
Una cosa sorprendente es que muchas veces como educador me he convertido en educado y he aprendido muchísimo de aquellos a los que se suponía que yo tenía algo que enseñar, cuando la realidad era que yo tenía mucho que aprender.
Además, al abrir el corazón provocamos la confianza del otro, lo que facilita un encuentro sincero, profundo, en el que vivir la fraternidad. Así como encontrar más que devuelto el amor que se pone al educar.
Enrique Fraga Sierra