JESUS ARITMÉTICO Y MATEMÁTICO – Fernando Negro

Fernando Negro

Los números aparecen en muchas de las parábolas que Jesús contaba a la gente. En todas ellas se da una exageración tal que desdibuja la imagen de un Dios “matemáticamente justo”, en favor de un Dios que es pura misericordia y compasión.

¿Cómo es posible que quien trabajara sólo una hora reciba el mismo salario del que lo hizo todo el día bajo la inclemencia del sol?  ¿A qué pastor responsable se le ocurre dejar 99 ovejas solitas en el establo mientras va en busca de una que se había perdido? ¿Perdonar sólo sietes veces? No, setenta veces siete, es decir ¡siempre! ¿A quién se le ocurre recoger a un extranjero enemigo tumbado en la calle para llevarlo a una fonda, pagar todo de antemano, y volver otra vez a pagar los posibles gastos futuros? ¿Cómo es posible que un rey llegue a perdonar nada menos que diez mil talentos a una familia, cuando el cabeza de esa familia no pudo perdonar ni siquiera cien denarios?[1]

Podríamos seguir con más ejemplos. De momento es suficiente. La conclusión a la que llegamos es que las matemáticas de Dios no son las nuestras, ¡gracias Dios! Jesús relativiza el valor del dinero, porque a Él le interesa la persona, el valor del corazón. Y en aras a este presupuesto, Jesús usa el género literario de la exageración para manifestar que el verdadero señorío de Dios no está en la cantidad, sino en la vulnerabilidad de su misericordia en contacto con la vulnerabilidad del que se sabe pecador y necesitado.

Saber contar, usar el raciocinio aritmético, es algo importante para situarse en la vida con la debida perspectiva. Y sin duda alguna Jesús era una persona bien asentada en sí mismo, lejos de toda ilusión. Vivía la realidad de la gente y sabía lo que significaba el trabajo manual, pues lo aprendió de su padre y de su madre, quienes contaban bien los dracmas, denarios y céntimos que ganaban y ahorraban. De hecho cuando Jesús es presentado en el templo “le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor y para ofrecer conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos pichones.”[2] Lo cual era signo claro de pobreza familiar.

Pero aún sabiendo contar y calcular, Jesús usa las matemáticas de la misericordia y la compasión, que desbordan todo cálculo humano. La matemática nos ayuda a analizar, sistematizar y comprender  con sentido de distribución sistemática lo que vamos descubriendo en el mundo. En este proceso de armonización interior y exterior, vamos descubriendo e integrando ciertos valores que están siempre por encima de lo puramente material y materialista.

Nunca se me dieron bien las matemáticas. Aún a día de hoy me considero solamente “bueno” en lo más elemental del cálculo, pero no paso  de ahí. Considero que sin las matemáticas no existiría el progreso de las  ciencias y la tecnología que nos sitúen cualitativamente en niveles cada vez más elevados de bienestar.

Calasanz intuyó que las tres bases fundamentales del conocimiento, y por ende del progreso humano, son la lectura, la escritura y las matemáticas. Y no escatimó recurso alguno para hacer que la vida de los niños más pobres quedasen asentadas en ellas, aunque el acento lo ponía en la experiencia de Dios, en conocer, amar y servir a Dios; algo que sintetizaba con la palabra “Piedad”, mientras que el trío anterior quedaba definido como “Letras”.

Jesús de Nazaret contaba, y sumaba, y restaba, y al final se quedaba con la exageración del amor y la misericordia del padre. Pero quería que todos supieran, y cuanto más, mejor. Por eso enseñaba en parábolas, para que se enterase el último de la fila.

Es lo que hizo José de Calasanz: comenzó por los últimos, los niños; y además asegurándose de que fueran los más pobres. Todo regalo que viene de Dios requiere la inclusividad exagerada. Como hizo el rey de la parábola  que llamó a sus servidores a salir a las plazas y cruces de caminos para invitar a los pobres y desvalidos.

Calasanz quería una escuela de pobres y para los pobres. Quería que los Escolapios fuéramos “Pobres de la madre de Dios”, y que nos dedicáramos preferentemente a los más pobres. “Procure hacerse siempre más apto para enseñar a los pobres caligrafía y aritmética, y también el santo temor de Dios. Y no se cuide de admitir en su escuela más alumnos mayores, sino de atender a los pobres.”[3]

Como Jesús pobre que ganaba su sustento ayudando en la carpintería de su padre José, los niños de la escuela de Calasanz debían aprender la aritmética porque les abre caminos insospechados para el trabajo: “No me podrá hacer usted cosa más grata que enseñar con toda diligencia la aritmética al P. Ignacio y a cualquier otro de los nuestros, si lo hay que quiera aprender. Use toda diligencia, porque esta ciencia y su enseñanza es muy útil para los pobres, que no tienen dinero para vivir sin trabajar.” (DC 1322; 26/101641)

Para nada se contrapone la comprensión matemática a la aceptación del misterio sorprendente y apabullante de la exageración de la misericordia divina. Por el contrario, contar con la precisión aritmética abre al ser humano al asombro de lo que no se puede contar, medir, o pesar, porque pertenece, a la vez, al más allá de la persona que a su vez está en su más profundo centro.

He ahí otro reto maravilloso que la persona que educa al estilo Calasancio está llamado a armonizar, como lo hizo Jesús y como lo vivió Calasanz. Todo conocimiento, por logrado y amplio que sea, siempre nos deja a la orilla de un horizonte infinito al que llamamos ‘misterio’. Hacia él nos dirigimos sobre la única embarcación que puede llevarnos: la de la fe.

[1] Para hacernos una idea, un talento era como el salario mensual de un jornalero, mientras un denario era el jornal que se daba diariamente al jornalero. Haga el lector cálculo y verá la exageración que usa Jesús

[2] Lc 2, 22-24

[3] DC 1421; 25/07/1634)