Fernando Negro
Al hilo de la reflexión de Jesús lector, nos centramos en el valor del Jesús escritor. No dudamos que Jesús supiera escribir, sin embargo no disponemos de ningún escrito acreditado como suyo. Solamente hay una instancia en la que el evangelio dice claramente que “Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.”[1] Escribía sobre el suelo mientras escribas y fariseos le miraban agonizantes por la respuesta que pudiera dar acerca de apedrear o no a la mujer adúltera que estaba ahí, en el pelotón de la muerte.
¿Qué escribió Jesús? Nadie lo sabe. Pero una cosa es cierta: aquella escritura silenciosa, pausada y comedida, le dio las fuerzas para proclamar el contenido de lo escrito: “El que esté sin pecado, que arroje la primera piedra.”[2] De la escritura de Jesús sobre el suelo nace la palabra que expresa misericordia y compasión.
Podemos encontrar una relación justificada entre el gesto de Jesús escribiendo sobre el suelo (humus) desde el cual surge la palabra que justifica, perdona y libera (“Vete en paz y no peques más”), y la narración de la creación del hombre, hecho de barro o arcilla (humus), insuflado por el Espíritu de Dios que le da la vida.[3]
Jesús no escribió tratados, pero su vida y sus gestos eran el texto en el que todos leían el mensaje de vida de parte de Dios, su Padre. Quizás por eso el evangelio de Juan acaba así: “Muchas otras cosas hizo Jesús que, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros.” (Jn 21, 25)
Jesús no escribió mucho, y sin embargo todo el Antiguo Testamento y el Nuevo también lo tienen como referencia permanente. Cuando Jesús Resucitado camina como amigo con los dos discípulos de Emaús, el evangelista Lucas dice que “Jesús, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a Él se refería en todas las Escrituras.”[4]
Si saber leer es un instrumento para la autonomía personal, saber escribir lo es para la expresión a través de la cual el mundo de los pensamientos pueda permanecer y comunicarse de generación en generación. Ambas herramientas no son privilegio de unos pocos, sino patrimonio universal del que nadie debería estar excluido.
La escritura nos ayuda a conectarnos con la profundidad de nuestro ser real, con el ADN espiritual que, una vez descubierto y explorado, nos puede transformar si lo activamos convenientemente. Y así ayudamos a transformar la realidad circundante.
Calasanz encontró oposición precisamente porque había entre los poderosos, dentro y fuera de la Iglesia, gente que hacía presión para destruir su Orden, pues veían en la educación de los pobres el peligro de que sus seguridades, montadas sobre la ignorancia de muchos, acabasen definitivamente.
“Los niños pobres no deben ser abandonados constituyendo, como se ha dicho, la gran mayoría de la república cristiana y habiendo sido redimidos ellos también con la sangre preciosa de Jesucristo y tan apreciados por el Señor que dijo haber sido enviado al mundo por su eterno Padre para enseñarles: Evangelizare Pauperibus misit me.”[5]
Calasanz enseñaba a escribir a sus alumnos y además con buena caligrafía, pues era la mejor plataforma para que al acabar los años en la escuela, los jóvenes pudieran encontrar trabajo en la sociedad como amanuenses. “Quisiera que esos Hermanos tuviesen particular talento para escribir y el ábaco, porque son más estimados en todas partes y pueden hacer mayor provecho en los escolares; pues de ordinario un buen calígrafo y un abaquista atraen a sí a las gentes.”(Al P. Juan Cananea. Roma, 11/09/1624; c. 248)
La persona que sabe leer un texto, entiende mejor que nadie que su vida es el mejor texto donde los demás leen los valores que le mueven. Sin embargo existen en el mundo millones de niños sin escuela, metidos en la cárcel más cruel, la de la ignorancia y el analfabetismo, que consiste en la incapacidad para la lectura y la escritura.
Sin ambas herramientas es imposible la articulación del pensamiento en aras al desarrollo humano tanto personal como de la vida de un pueblo. En las culturas de tradición oral, la muerte de un anciano es equiparable a la destrucción de una gran biblioteca, pues con él desaparece la memoria histórica de una cultura particular.
Hubiera sido hermoso tener algunos de los escritos que seguramente Jesús de Nazaret escribió. De todos modos hay algo más hermoso: la fe nos abre a la Palabra escrita en nuestros corazones y esa Palabra es Él que en todo momento nos dicta el camino a seguir de acuerdo a la voluntad de Dios.
[1] Jn 8, 6
[2] Jn 8, 7
[3] Gen 2, 7
[4] Lc 24, 27
[5] José de Calasanz, “Exposición Defendiendo el Derecho de los Pobres a la Educación” (1645)