EL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN – Fernando Negro

Fernando Negro

En el contexto de este pasaje evangélico nos encontramos ahora en la etapa de desarrollo humano a la que llamamos juventud; etapa en la que la persona ha ido descubriendo poco a poco su identidad, llevado de la pregunta, ¿quién soy yo? Hasta que la respuesta a esta pregunta no nazca de lo profundo del ser, la persona estará pasando por lo que se llamamos “crisis de identidad personal”.

Contemplamos la experiencia de una pérdida crítica para una mujer que ya había perdido a su esposo; pues el evangelio nos dice que era viuda y este hijo muerto era su único hijo. Podemos imaginarnos la noche oscura de esta mujer llevando entre la multitud a su hijo al cementerio.

Es como romper en medio de la trama el proceso de una vida que parecía un resquicio de esperanza en la vida ya madura de su único hijo.

Jesús ve a la multitud y se compadece, se acerca a la mujer y la bendice como acostumbra a hacer con todas las personas con quienes se encuentra: “no llores”. Con estas palabras la invita a tener fe, a dejarse llevar por la irrupción de un rayo de luz en medio de la noche oscura.

Como con Jairo, también en este caso, antes de hacer el milagro, Jesús accede a los padres, en esta ocasión a la madre. Jesús no le lanza un “no llores” de cortesía, sino nacido de lo profundo de sus entrañas, pues el evangelio nos dice que “viéndola el Señor, se compadeció de ella.”

Es impresionante ver cómo la acción educativa, sanadora, y resucitadora de Jesús, no nace de un poder esotérico y misterioso conectado con lo cósmico de la llamada Nueva Era actual.[1] Jesús actúa desde su conexión profunda con Dios y con todo lo que es humano, desde la compasión y la misericordia.

Son estas dos virtudes[2] las que hacen activar la fe para que surja el milagro. Jesús no habla de la muerte con la madre del hijo, sino que reta a la muerte hablando directamente al hijo: “Joven, a ti te hablo, levántate!” Y el milagro se dio.

En la escena de Jesús con la niña, hija de Jairo, ya decíamos que educar es resucitar, independientemente de la etapa del desarrollo personal que cada uno atraviesa. Ahora sucede lo mismo en esta etapa juvenil madura de una persona llamada a sostener la familia.

Calasanz había optado por la educación “desde la niñez” pero en ningún momento dijo no a hacer lo mismo en cualquier etapa en la que el alumno se encontraba.

El papa Pablo V erigió la Congregación de las Escuelas Pías diciendo que los escolapios “trabajarán, se esforzarán y se comprometerán a enseñar a los niños los primeros rudimentos, la gramática, el cálculo y, sobre todo, los principios de la fe católica, en imbuirlos en las buenas y santas costumbres  y en educarlos cristianamente.”[3]

Pero a lo largo de la historia, ya en tiempos de Calasanz, se abrió el campo para escuelas  superiores, siempre que no se descuide la enseñanza elemental desde los primeros años y desde los rudimentos elementales de saber leer, escribir y contar. Todo ello encaminado a aprender un trabajo para así ayudar a la sociedad.

Jesús entrega el muchacho a la madre, se lo devuelve sano y resucitado para que lleve adelante el sueño de la familia, que estaba truncado por el acontecimiento fatal de la muerte. Jesús libera del fatalismo y abre caminos para la esperanza.

Así actúa la educación en el alumno/a: desata el sentido de la vida y hace caminar por el sendero de la esperanza. Una vida sin sentido no merece ser vivida. En tiempos de Calasanz había un movimiento social, defendido por ciertas élites políticas y eclesiales, que veía en la acción educativa de los pobres un peligro, pues –pensaban- al ser educados los pobres, se acabarán los siervos para los trabajos manuales.

El dominico Tomaso Campanella (1568-1639), amigo de Calasanz y aliado de la empresa educativa de las Escuelas Pías, es contundente contra esta mentalidad:

“Aristóteles priva de la filosofía a los agricultores y demás trabajadores mecánicos, como esclavos de la república, lo cual no es solamente cruel, sino impío y bestial, porque rebaja, abate, deja en las tinieblas al género humano y lo reduce a la condición de las bestias. De todo lo cual hay que concluir que los  miembros y preceptores de las Escuelas Pías pueden adquirir todas las ciencias, enseñarlas y difundirlas; también ellos son de la Iglesia de los justos e hijos de la Sabiduría.”[4]

[1] Especie de movimiento espiritual entrelazado con creencias esotéricas según las cuales la humanidad experimenta cambios radicales de acuerdo a la posición del sol en relación a los signos del zodiaco.

[2] Entendemos virtud como capacidad de poder o potencialidad escondida en las actitudes humanas que vivimos

[3] Breve “Ad Ea Per Quae” con el que el papa Pablo V erige la Congregación de las Escuelas Pías, No. 3 (1617)

[4] Tomaso Campanella, “Libro Apologético Contra los Impugnadores de las escuelas Pías” (1631)