Fernando Negro
Independientemente del aspecto profundamente teológico de la encarnación, hoy entendemos también la encarnación como un deseo de adentrarse en el mundo ajeno del otro, de aquel a quien amo y con quien quiero caminar metido en sus mismos mocasines.[1] La palabra más apropiada para definir este deseo es el término empatía.
La empatía nos sitúa de forma vulnerable ante la otra persona y dejamos que su situación, alegre o dramática, nos afecte de manera que conecta con la nuestra. Quizás no podamos hacer nada concreto por ella, pero nuestra simple presencia activa es el mejor regalo que podemos darle, haciéndole comprender que no está sola.
Carl Rogers (1908-1987) enseña que la empatía se da cuando la persona del consejero o educador tiene en sí misma lo que él llama “congruencia”. Es decir, cuando se da una sintonía y conexión sólidas entre el mundo de los sentimientos, pensamientos y reacciones interiores, y la expresión externa de los mismos.[2]
En la encarnación, Jesús no solamente dice: “estoy a tu lado compartiendo contigo la pena”, sino que Él mismo se hace palabra sin vocablo que se disuelve dentro de nuestro ser para que nos descubramos a nosotros mismos como personas ontológicamente nuevas. La encarnación no es sólo presencia iluminadora, sino ‘la presencia’ que nos revela nuestra identidad, y lo que desde dentro podemos llegar a ser.[3]
Para que esto se dé como dinámica existencial liberadora, Jesús se abaja, se pone a nuestro alcance, y nos eleva a niveles insospechados de existencia si nos dejamos guiar por su sabiduría y empujar por su fortaleza.
Educar es ayudar a que la persona se meta adentro, allí donde reside el templo de lo que uno es en esencia, allí donde uno es auténticamente él mismo, sin máscaras, sin adiciones ni sustracciones. Éste es el primer paso de la acción educadora: la intra-experiencia de lo que uno es con sus sombras y luces, con sus dones y fragmentos rotos.
Educar es humanizar. “Humanizar es, en sentido estricto, humanar, hacer humano. En este sentido el hombre no puede humanizarse. No puede hacerse humano. Haga lo que haga, ya lo es… El problema consiste, entonces, no en cómo el hombre puede hacerse humano, sino en cómo puede serlo más. Humanizar es aprovechar cada momento, cada recurso y cada situación del diario vivir para crecer y hacer crecer a los demás como persona.”[4]
El segundo paso del proceso educativo es ayudar a salir de dentro afuera como sale una flor de sus raíces hundidas en el estiércol de un huerto en primavera. “Ex-ducere “, educar, guiar hacia afuera. Vivimos dormidos la mayor parte de nuestras vidas por no visitar la belleza que todos llevamos dentro, por no regar ni cultivar las semillas de flores hermosas que no crecieron porque sencillamente vivimos desconectados de nosotros mismos, debido a nuestra ignorancia.[5]
La educación, pues, es un acto de abajamiento para luego subir y salir transformados. El educador es como una comadrona que ayuda a que salga el niño que todos llevamos dentro, creado a imagen de un Dios bueno que tiene un sueño hermoso escrito en el ADN espiritual de cada persona.
Jesús se abajó, se hizo uno como y con nosotros. Nada de lo que nos pertenece, por muy roto y fragmentado que esté, le es ajeno. Viene a nosotros encarnado en su Espíritu que nos sana, nos ilumina y nos libera para que seamos imagen viva de Dios. Porque para eso precisamente fuimos creados al nacer y recreados en y por el bautismo.[6]
Todo acto o proceso educativo tiende a restaurar o hacer crecer ilimitadamente los potenciales personales, de manera que a través de ellos lleguemos a ser lo mejor que podemos ser según el plan de Dios. La persona es un proceso. La educación consiste precisamente en el acompañamiento desde lo que uno es, hacia lo que debe ser. Por eso la fidelidad a la humanidad genuina significa no solamente ser fiel al pasado y al presente, sino sobre todo al futuro.[7]
Estamos llamados a observarnos y conocernos a nosotros mismos, según el concepto teresiano de autoconocimiento, que consiste en “conocerse en Dios”. Es un concepto que conecta muy bien con el de Agustín de Hipona: “Conocerte, Señor, para que te conozca, de tal manera que conociéndote más a fondo, yo llegue a conocerme mejor.”[8] El autoconocimiento es una dimensión integral de la espiritualidad. No podemos conocer a Dios sin conocernos a nosotros y no podemos conocernos a nosotros mismos sin el conocimiento de Dios.[9]
San José de Calasanz, seguidor del Maestro Jesús de Nazaret, lo entendió de tal manera que decidió dejar a un lado todas sus pretensiones y ambiciones, para hacer de la educación de los niños pobres la opción preferencial de su vida. Lo dejó escrito en esa frase que habla por sí misma del valor de una vida humana abierta gradualmente a la sabiduría que le llega por medio de la educación evangelizadora: “He encontrado en Roma la forma de servir a Dios educando a estos niños pobres, y no la dejaré por nada en el mundo.”
San José de Calasanz, al hablar en sus constituciones (1620-1621) sobre la obediencia, expresa con simplicidad el concepto que de ella tiene: “Los que obedecen adoptan una actitud grata a Dios dejándose llevar y traer por su Providencia a través de los superiores; como el borriquillo aquel que Cristo cabalgaba el día de Ramos, que se dejaba conducir y encaminar a todas partes.”[10]
A propósito de este texto, hay una anécdota sobre el fallecido Arzobispo de Recife, Monseñor Helder Camara (1909-1999), apóstol de los pobres: en una ocasión se encontró con Teresa de Calcuta (1910-1997) quién le preguntó cómo lograba permanecer humilde a pesar de su popularidad. El sabio y santo arzobispo le respondió: “simplemente me imagino entrando triunfante en Jerusalén con Jesús; pero en lugar de imaginarme que soy Jesús, me sitúo como el asno que lo llevaba”. Años después Teresa se encontró con Monseñor Helder a quien le dijo que había adaptado esta imagen a su vida, imaginándose que era un viejo borrico tratando de servir a Dios.[11] Exactamente como pensaba San José de Calasanz, para quien la humildad y la pobreza eran dos virtudes hermanadas.
[1] “Si quieres de verdad saber quién es tu hermano, camina tres lunas en sus propios mocasines” (sabiduría de los indios Sioux de los EE UU)
[2] El legado de Carl Rogers consiste en la congruencia, la integridad y la transparencia
[3] “Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos como El es.” (1 Jn 3,2)
[4] Ángel Perulán Bielsa, “Humanización”, Indo-American Press Service, Santa Fe de Bogotá, 1991, p. 13
[5] Educar es liberar a la persona de la ignorancia y el pecado
[6] Rm 6, 3-5
[7] “Ladislaus Boros, “Living In Hope”, Doubleday & Company Inc., New York, 1969, p. 112
[8] San Agustín, “Confesiones”, 10, 1,1
[9] Sam Anthony Morello, “Lectio Divina, and Pracice of Teresian Prayer”, ICS Publications, Washington DC, 1995, p. 17
[10] CC 108 b
[11] http://www.catholicreview.org/blogs/god-is-in-the-clouds/2014/03/20/catholic-throwback-thursday-dom-h%C3%A9lder-c%C3%A2mara-remembering-the-other-bishop-of-the-slums#sthash.