1 DE DICIEMBRE, DOMINGO 1º DE ADVIENTO CICLO A – Juan Carlos de la Riva.

Me gustan tres frases de las lecturas de hoy. Vamos a revolverlas un poco.

  • De la visión de Isaías: De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
  • De la segunda lectura de Pablo a los Romanos: Revestíos más bien del Señor Jesucristo.
  • Del Evangelio de Mateo: estad en vela.

Es Adviento, y nos han anunciado una sorpresa, algo bueno, pero no tenemos ni idea de qué se trata. Tenemos que estar preparados, despiertos, pero no sabemos muy bien para qué.

Entonces se nos dispara la imaginación, y hacemos un recorrido por nuestra memoria, a ver en qué ámbitos de mi vida podría pasarme algo verdaderamente bueno.

Descubro entonces mis verdaderos deseos, mis caprichos, mis tendencias. A veces mi discurso racional y mis convicciones van por un lado bastante positivo: que si ser buena gente, compartir, perdonar, amar, cambiar el mundo… A nivel racional, mi mente está alineada con el mensaje de Jesús.

Pero, ¿mis deseos? Si los analizo, me descubro imaginando qué bueno sería que me llegará un dinero extra para poder comprar un nuevo móvil, que además está de rebaja por el blackfriday…; o me descubro trabajando para el aplauso de los demás, para que me reconozcan, para que sepan lo que de verdad valgo…; o me apetecen unos días off, para desconectar de todo… o qué se yo.

Entrar en el mundo de los deseos es encontrarse con los verdaderos motores que me mueven, más allá de las ideas y planteamientos. La vaca tira al prado. Y mis deseos tiran de mí en direcciones que no son siempre las que Jesús me propondría.

Entonces… ¿Cómo educar el deseo?

No es fácil educar esa parte emocional. A veces los deseos llevan años consolidados en mí, y no puedo deshacerme de ellos de un plumazo.

Seguramente sólo hay una manera de desenamorarse de ciertas tendencias que no me llevan hacia ese revestirme de Cristo que propone Pablo a los Romanos y me propone a mí: enamorarse de otras tendencias, tanto, tan apasionadamente, que se me olviden las anteriores.

Y recuerdo las veces que he vivido esto: las veces que me di a los chavales en un campamento, y se me olvidaron todos los demás caprichos que no fueran hacer disfrutar y crecer a aquellos muchachos, y ya no quería días “off” sino días “on”. O cuando hice aquél favor en secreto, que ni mi mano derecha sabía lo que la izquierda ayudaba, y no necesité más aplausos que saber que estaba haciendo el bien y amando bien. O cuando, rezando, me sentí inmensamente amado, y no necesité de más reconocimientos que el de un Dios que sigue confiándome la vida cada mañana.

Enamorarse de estas cosas, llenar con ellas el corazón, ese es el secreto. Jesús nos invita a seguirle, no a pensar como él.

Entonces leo la visión de Isaías, esa que vislumbra la cumbre del monte del Señor, que incita a ser escalado en compañía de todas las personas, y me emociono. De las espadas forjarán arados, y de las lanzas, podaderas. Podar los deseos malos, y arar para sembrar en el surco semillas de vida y esperanza. Y veo que cuanto más ideal es la meta que me pintan, más me apetece.

Esta es la historia de Calasanz cuando va a Roma. Le costó 5 años educar sus afectos. Pero llegó a decir: Yo esto no lo dejo por nada del mundo. Nunca volvería a España.

Pienso otra vez en la sorpresa. No, no viene a llenar mis vacíos y a saciar mi sed. Viene a traerme la alegría y la paz, viene a darme más sed para juntarme con otros y buscar fuentes de vida para el mundo.

Estad en vela, porque será como un ladrón. Pero un ladrón bueno, que robará los caprichos que nos tienen atado, y abrirá un boquete en la pared de nuestro ego, para que podamos salir por él al encuentro de la vida.

Desde luego, esto no nos lo esperábamos. Si fuera lo de siempre, no sería sorpresa y novedad. No es lo que te apetece. Es lo nuevo. Déjate sorprender.

Os copio un trocito del último libro de la vida de Calasanz, contado a los chavales: ​

Pero ninguna de sus actividades le gustaba tanto como aquella mini escuelita de Santa Dorotea, ninguna le pacificaba tanto el corazón como ayudar a aquellos pequeños, a tantos Pierinos, no solo con la educación religiosa, para la que ya se habían fundado diversos grupos en la Iglesia, sino también para que recibieran una buena educación que les garantizase un futuro lejos del robo y el vicio. No encontraba tarea más santa que aquella de educar, ni mejor solución para arreglar tantos problemas sociales.

Calasanz estaba embarcado hasta las cejas en aquella aventura y la cosa siguió adelante. Primero con su dinero personal, y luego con donaciones y ayudas que iba consiguiendo. La cosa es que las puertas de la escuela siguieran abiertas a los más necesitados.

Pronto pudo escribir a su familia una de las frases que aún hoy más nos gusta a los educadores: «He encontrado en Roma la mejor manera de servir a Dios, haciendo el bien a estos pequeños, y ¡no la dejaré por nada del mundo!»